lunes, 20 de abril de 2009

Relato encadenado

Ésta es mi aportación (con varios meses de retraso) a un relato encadenado de Ciencia-Ficción que empezó a cobrar forma el año pasado en el foro científico HomoScience. En él, nos propusimos crear una historia entre todos, escribiendo una parte cada uno, continuando lo anterior. De esta forma, la historia es capaz de sorprender incluso a sus propios creadores, y es probable que más de una vez tome giros inesperados para quien ya escribió en ella. Hace un tiempo se me ocurrió una forma de continuar la historia que había escrita hasta el momento, y prometí que la continuaría.


Y mi contribución a la trama es la publicada bajo estas líneas, que también se puede leer allí. Puede que me haya quedado un poco larga, pero creo que el retraso de meses lo merece. Además, al llevar tanto tiempo en mi mente han ido surgiendo detalles que tal vez al principio no estuviesen ahí. Espero que os guste :)

Mientras regresaba en el rover a la base, Ortzi no podía dejar de pensar en todo lo sucedido. La descarga que sufrió por parte del misterioso objeto, la acumulación de los nanobots reparadores en su córtex cerebral tras una intensa actividad mientras estuvo desmayado… Y sin contar que posiblemente el destino de la humanidad hubiese cambiado para siempre desde ese momento. Pero increíblemente, por unos instantes decidió tratar como algo secundario los temas épicos y fundamentales para pensar en sí mismo. Lo de su cerebro le preocupaba. Seguramente no se trataba de nada más que el shock inicial, hasta su ordenador de pulsera, con avanzados sistemas de diagnóstico, afirmaba que eso era lo que sucedió. Además no le dolía, su visión seguía normal, no tenía ningún problema de habla ni movilidad muscular. Pero pese a todo no había querido incluirlo en el informe. Algo en él había cambiado, pero no encontraba signos de nada en concreto. Qué demonios, ¿tal vez se trataba de que se había vuelto hipocondríaco? Este pensamiento le divirtió, y consiguió distraerle un poco de la preocupación. Sonrió para sí mismo y siguió recorriendo en su memoria las sensaciones de ese intenso momento.

Una de las cosas que le parecían extrañas era que recordaba haber sentido calor, un calor suave pero intenso, tanto en el aire como desde el suelo alrededor del objeto, y no sabía por qué le llamaba la atención. Podría haberlo causado tanto la descarga como los arcos voltaicos que destruyeron las rocas de su alrededor, o el procesamiento del material dentro de ese misterioso ente para desplegarse o dividirse, comoquiera que lo consiguiese. Incluso el propio despegue podría haber contribuido, pero no se lo quitaba de la cabeza, como si hubiera algo que se le escapaba.

Mientras las sacudidas agitaban el rover cuando recorría terreno irregular, de repente algo en su cabeza encajó. No, no podía tratarse de eso. No podía estar relacionado con la inexplicablemente moderada temperatura del propio Niflheim. Simplemente el hecho de que dos de los sucesos más interesantes para la ciencia –el descubrimiento de un artefacto extraterrestre y la explicación de esta misteriosa anomalía– pudieran darse al mismo tiempo y centrados en su persona le parecía algo demasiado increíble como para ser verdad. Durante décadas se habían descartado cientos de hipótesis para la generación de ese calor: la luna rotaba sincrónicamente alrededor de Ymir y éste no poseía ninguna otra de tamaño considerable, de modo que el efecto de marea quedaba descartado; el calor primordial de su formación hacía tiempo que había desaparecido y los minerales radiactivos ya habían decaído a niveles incapaces de generar la energía necesaria; teorías más extrañas como la presencia de un pequeño agujero negro en su interior tampoco acababan de encajar. Maldita sea, ni siquiera el estudio de las interacciones de los neutrinos que atravesaban la luna mostraba que sucediese nada extraño. Pero la sensación persistía como un martillo en su cabeza, y seguía dándole vueltas cuando el vehículo llegó a la base y empezaron a desembarcar. Tenía que comprobarlo.

De modo que rechazó cualquier ayuda médica cuando trataban de examinarle y empezó a correr en la baja gravedad por los pasillos hacia el edificio de investigación. De camino, pulsó unos botones del ordenador de pulsera y comenzó a hablar por él.

—Christopher, supongo que ya te habrás enterado de todo lo que está ocurriendo en estos momentos, ahora mismo me dirijo hacia allá para hacer unas comprobaciones.
—¡Robert! ¿Qué diablos ha pasado ahí fuera? En la base empiezan a circular rumores de todo tipo. Nosotros nos ceñimos a los datos que estamos recibiendo de las estaciones, pero todo es algo confuso. ¿Te encuentras bien? Dijeron que habías estado inconsciente.
—Sí, todo bien por el momento. Escucha, quiero que recopiles los datos térmicos de las últimas horas tomados por los sensores situados hasta un radio de dos kilómetros desde el punto donde apareció esa cosa, y los combines en un modelo de inferencia en profundidad para cuando yo llegue.
—De acuerdo, ¿a qué distancia estás…? —Un pitido seguido de un siseo le hizo darse la vuelta en su silla. La puerta acababa de abrirse tras confirmar la identidad de alguien— Oh, bien…

Ortzi se adentró en la sala de control de datos mientras Christopher Seeker empezaba a teclear comandos en su monitor. Bastaba un vistazo a las enormes pantallas de las paredes para tener un resumen de todo lo que acababa de acontecer: en ellas se mostraba la localización exacta de la zona de la cúpula dañada así como del equipo enviado a repararla y tomar muestras; la posición de los objetos en órbita a Ymir incluyendo la gran "jaula orbital", como Laura la llamaba, la flotilla de embarcaciones militares, y los dos misteriosos objetos a ambos lados del planeta marcados en un vivo color rojo; así como diversos mapas y gráficos de datos. De repente apareció uno nuevo.

—Aquí tienes esos datos, Robert —intervino Seeker con los ojos más abiertos que de costumbre—. ¿Has tenido algún tipo de corazonada o es que esos aparatos te han metido algo en la cabeza?

Ambos miraron fijamente la pantalla que mostraba un perfil vertical del terreno centrado en el lugar donde Ortzi encontró el objeto, y con una línea recta de altas temperaturas dirigida directamente desde ese punto hacia el interior del planeta, sin apenas difusión hacia las zonas más frías unos metros hacia un lado u otro. Una evolución temporal mostraba la súbita aparición de esta columna de alta temperatura desde las profundidades hacia el objeto a la hora aproximada en que lo tocó, alcanzando el mayor valor cuando éste se desplegó y despegó, para ir enfriándose lentamente hacia el interior de la roca, ya acercándose a los valores normales.

—No lo sé, Christopher… No tengo ni la más remota idea… —Murmuró Ortzi, mientras, dirigiendo una mirada al panel donde aparecían los dos misteriosos objetos en órbita, no dejaba de preguntarse qué demonios significaba todo lo que estaba ocurriendo.